Las dificultades de la agronomía moderna en la estabilización de los sistemas productivos es evidente. La aparición de nuevas plagas, de nuevas enfermedades o nuevas razas de especies que aparentemente ya teníamos bajo control es algo muy habitual. Llevamos bastante tiempo luchando con las viejas plagas y enfermedades, y con las nuevas, sin que consigamos una estrategia que nos permita avanzar de una manera clara y sostenible.

Incluso en muchas ocasiones muchos agricultores sienten que en este sentido estamos retrocediendo.

Recordemos que las primeras disposiciones legislativas para la lucha contra el poll-roig (Chrysonphalus dictyospermi, Morg.) datan de 1911 y las relativas al control de la cochinilla acanalada (Icerya Purchasi Mask) de 1922. La legislación primera del Piojo de San José data de 1898 (Aspidiotus perniciosus, Comst), la de la mosca de la fruta (Ceratitis capitata, Wield) de 1924 y la del escarabajo de la patata de 31 de Diciembre de 1891. Mas lejos aún quedan las disposiciones sobre el mildiu de la vid, mediante la Orden de 1º de Julio de 1988. El caso es que cien años mas tarde, aún seguimos sin poder controlar del todo el oidio en este cultivo, a pesar de que en el Real Decreto de 3 de Febrero de 1854 ya se daban normas sobre su control.

En una sociedad con un desarrollo tecnológico sin precedentes, con variedades híbridas resistentes, con abonos minerales y orgánicos de todo tipo, con estimulantes y fitoreguladores y con una gama de fitofármacos increíble, seguimos en muchos aspectos casi como al principio, pero además con el coste de haber contribuido a degradar amplios agrosistemas y creado importantes conflicto sociales y económicos. ¿Dónde estuvo el error?.

Quizás el error estuvo en querer entender la salud de los cultivos como una simple lucha entre los patógenos y las plantas, olvidando las grandes aportaciones que realiza la Ecología, como ciencia, en el mantenimiento del equilibrio de los agroecosistemas. Estudiar a los patógenos por un lado y a las plantas por otro, sin dar la importancia necesaria al ambiente (suelo, aire, agua) en el que ellas se desarrollan, constituye sin lugar a duda un serio error. Desde un punto de vista agroecológico, son las funciones de un organismo que menos se prestan a estudios reduccionistas, aquellas que representan las actividades integradoras del organismo y sus interacciones con el entorno, las que determinan más la salud del organismo. En consecuencia, desde la perspectiva agroecológica, la salud y el equilibrio de una parcela, de un agrosistema o el de una planta no puede ser definida como un estado, sino más bien, como un proceso abierto al entorno en un continuo cambio y evolución, que ha de ser entendido y estudiado globalmente en el espacio y en el tiempo.

ht:115%;font-family:"Helvetica-Condensed-Light","sans-serif"; mso-bidi-font-family:Helvetica-Condensed-Light;mso-ansi-language:ES'>Y a todo ello, se le llama progreso.

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