La prensa informó el pasado mes de enero sobre la aparición en Sierra de Gata de unos pinos infectados por el nematodo Bursaphelenchus xilophilus, infecciones que han obligado a talar y quemar, hasta ahora, 1215 has de pinar. Este hecho, por sí solo, va a repercutir muy negativamente en la explotación forestal española, uno de los recursos más importantes de las comarcas de sierra.

La historia de nuestra civilización está llena de fenómenos como éste que se acaba de producir, algunos con resultados catastróficos, como el mildiu de la patata, aparecido en nuestro continente en la primera mitad del siglo XIX.

En Europa, desde el siglo XVIII, merced a los descubrimientos de Newton y su aplicación a la mecánica, se desarrolló el motor de vapor, que se empleó para extraer minerales, el transporte de personas y mercancías, y la confección de telas. Las grandes cuencas carboníferas y de hierro del centro del continente y Gran Bretaña proporcionaban la energía y el hierro necesario. La conquista del poder por la burguesía, tras la Revolución francesa, favoreció el desarrollo urbano, la creación de fábricas y, consecuentemente, la emigración desde el campo a la ciudad. Y aunque parezca desproporcionado, ese escenario de progreso se pudo sostener, entre otras razones, merced a la patata, alimento principal de aquellas inmensas masas de obreros ?una hectárea de trigo para hacer pan producía no más de 500 kg/ha, mientras que de patata llegaban a cogerse hasta 5000 kg/ha, y se podían obtener casi dos cosechas al año?.

Pero todo aquel magnífico mosaico se vino abajo cuando, en la primera mitad del siglo XIX apareció en el escenario, de manera inesperada, un nuevo actor: el mildiu. Una enfermedad del cultivo de la patata que arrasaba los campos y destruía las cosechas. Su aparición fue catastrófica, y como una consecuencia más de aquello se produjeron emigraciones masivas a América.

Afortunadamente, en 1882, Millardet descubrió el "Caldo Bordelés", un producto que evitaba la enfermedad de la patata.

El mundo más desarrollado comprobó que toda la estructura socioeconómica se podía venir abajo ante la aparición de una plaga de los vegetales cultivados, pero también pudo ver que existían productos formulados industrialmente, terapéuticos similares a los utilizados en la sanidad humana y animal que podían ser utilizados contra las plagas imprevistas de las plantas. Aquel descubrimiento francés marcó el comienzo de la industria de los fitosanitarios, que desde entonces, ha permitido a la humanidad incrementar y asegurar sus producciones agrícolas.

Pero estos terapéuticos, los fitosanitarios, conocidos también con el nombre de agroquímicos, pesticidas, plaguicidas? se han diferenciado en su uso de los terapéuticos empleados en la salud humana o animal, cuestión que, a la larga, ha sido negativa para su desarrollo. En la medicina o veterinaria, los terapéuticos son recetados y dispensados en unos establecimientos específicos (clínicas u hospitales y farmacias) y por unos titulados universitarios (médicos y farmacéuticos), mientras que los fitosanitarios no. ?Yo he conocido en los años ochenta del siglo pasado, en mi etapa de funcionario inspector de almacenes de agroquímicos, un enorme establecimiento dirigido por un analfabeto funcional?.

Si a la ausencia de unos facultativos de Sanidad Vegetal se suma la presión desmesurada y merengosa que actualmente ejercen grupos de opinión en contra del uso de cualquier producto "no natural", es fácil deducir que los políticos intenten dirigir mediante leyes y policía (SEPRONA) los tratamientos que deben hacer los labradores en sus cultivos. La Directiva de la UE 91/414 ha reducido la lista de materias activas autorizadas de 1.100 a unos 250, y en el mes de enero pasado otra nueva disposición ha limitado aún más esa lista y ha endurecido las condiciones de nuevas autorizaciones ?en la actualidad, se considera que el registro de una nueva materia activa es de unos 250 millones de euros?.

No hace falta gozar del don divino de la profecía para proclamar que dentro de muy poco habrán aparecido nuevas razas de parásitos por reiteración en el uso de las pocas materias activas autorizadas actualmente y, más pronto que tarde, también, se carecerá de fitosanitarios eficaces contra los parásitos que, de forma natural, vayan apareciendo.

Desde la publicación del doctor Mandell, en 2006, sabemos que en la I Guerra mundial se produjo una pandemia de tifus trasmitido por piojos que afectó a treinta millones de personas. La peligrosidad de los parásitos para el hombre, bien de forma directa, o indirecta, sobre sus alimentos, ha quedado de manifiesto muchas veces a lo largo de la historia, pero la sociedad actual no termina de estar interesada en crear una titulación universitaria de Sanidad Vegetal, ni tampoco a controlar por facultativos específicos el uso y dispensación de los fitosanitarios.

La aparición de esta nueva plaga de Bursaphelenchus xilophilus en Extremadura debería ser un aldabonazo en la conciencia de nuestros políticos para que abordaran el tema de la Sanidad Vegetal con atención y profundidad. ¿Habrá que esperar a que se produzca una catástrofe mundial para ello?

Comprar Revista Phytoma 206 - FEBRERO 2009