La reciente publicación de la Directiva Europea y el Real Decreto sobre el Uso Sostenible de Plaguicidas preconizan el empleo de la "Gestión Integrada de Plagas". Inmediatamente surge la pregunta, ¿en qué consiste realmente este concepto? De acuerdo con el texto legal, "consiste en el examen cuidadoso de todos los métodos de protección vegetal disponibles y la posterior integración de medidas adecuadas para evitar el desarrollo de poblaciones de organismos nocivos y mantener el uso de productos fitosanitarios y otras formas de intervención en niveles que estén económica y ecológicamente justificados y que reduzcan o minimicen los riesgos para la salud humana y el medio ambiente". La teoría está clara pero, ¿cómo se llevan a la práctica todas estas recomendaciones?

En el presente trabajo vamos a dirigir nuestra mirada hacia la Gestión Integrada de Plagas aplicada en un caso concreto: la gestión de las malas hierbas en cultivos de cereales. Somos conscientes de que en un artículo de estas características sólo se pueden establecer principios muy generales. En la práctica, su aplicación requiere una considerable especificidad. No tiene nada que ver la gestión de las malas hierbas en los sistemas agrarios andaluces que en los del norte de Navarra o en las zonas más áridas de Aragón. Conscientes de esta limitación, partimos de la premisa de que la integración debe realizarse "a la medida", es decir, ajustándose a las características y a las necesidades de cada explotación. El auténtico integrador debe ser el propio agricultor y/o su asesor.

 

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