La crisis que recientemente hemos experimentado y que todavía seguimos experimentando, desde un punto de vista económico y medioambiental, nos fuerza a ser eficientes en el manejo de unos recursos escasos para una población que ha crecido en el último siglo más que nunca.

Continuamente se nos recuerda que “es necesaria una transición a sistemas alimentarios más sostenibles; es decir, sistemas alimentarios que produzcan más, con más beneficios socioeconómicos y menos consecuencias ambientales.

La recientemente publicada estrategia Farm to Fork  y las notas de prensa al respecto indican la transición a un sistema alimentario sostenible. Para ello, la estrategia establece objetivos concretos:

  • Reducción en un 50% del uso y riesgo de fitosanitarios.
  • Reducción en al menos un 20% del uso de fertilizantes.
  • Reducción en un 50% en las ventas de antibióticos utilizados para animales de granja y acuicultura.
  • 25% de las tierras agrícolas, cultivadas bajo el sistema productivo de Agricultura Ecológica.

Proponer objetivos es necesario para poder alcanzar metas. Pero el mensaje se queda corto: la limitación sobre el uso y riesgo de fitosanitarios es una medida cuantitativa pero todavía insuficiente, o no lo suficientemente clara.  

Las tecnologías de bioprotección (bioprotectores) incluyen herramientas biológicas de protección vegetal para la gestión de plagas y enfermedades. Tienen su origen en la naturaleza o, si son sintéticas, replican unos mecanismos idénticos a los que pueden encontrarse en la naturaleza y tienen en general un impacto reducido en la salud humana y el medio ambiente. Algunos ejemplos de estas tecnologías serían los macroorganismos, microorganismos, los semioquímicos, los extractos vegetales o las sustancias naturales.

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