Hasta la Edad Moderna, la Historia que conocemos está elaborada con documentos poco rigurosos. Es a partir de este periodo cuando las crónicas de los hechos sucedidos aparecen objetivadas con cifras y localizaciones precisas. En el periodo histórico que transcurre entre el descubrimiento del Nuevo Mundo y la Revolución francesa, las plagas de plantas son fenómenos recurrentes y trágicos por sus consecuencias –destrucción de cientos de miles de plantaciones y millones de muertes por hambre y emigración–; pero, increíblemente, al buscar el relato de esos hechos en una Historia del Mundo Moderno editada por la Universidad de Cambridge, constituida por trece tomos, apenas sí encontramos un párrafo de generalidades sobre los mismos. Esto, quizá nos sirva para explicarnos por qué la sociedad actual tiene tan poca consideración de los fenómenos que afectan a la salud de las plantas y, consecuentemente, de los insuficientes recursos humanos y económicos que los gobiernos dedican a su estudio y solución.

A partir de 1492, entre el Viejo y el Nuevo Mundo se produjeron una serie de fenómenos culturales –sensu stricto– y biológicos que propiciaron un desarrollo espectacular de la economía y la población de la Humanidad, desarrollo que también influyó negativamente en la salud de los vegetales, cuyas enfermedades emergentes en diversos cultivos provocaron tragedias humanas. El empeño de algunos científicos por resolver esos fenómenos parasitarios que producían el hambre de millones de personas dio sus frutos, y a mediados del siglo XIX los doctores Blanco y Kühn sistematizaron los conocimientos sobre las enfermedades de las plantas, dieron nombre a estructuras morfológicas y grupos taxonómicos basados en principios etimológicos, verbalizaron fenómenos, publicaron los resultados de sus experimentos e hipótesis e indujeron la creación de un centro académico para el estudio exclusivo de las enfermedades de las plantas.

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