Los mayores percibimos muy vivamente un sentimiento de superioridad al contemplar cómo disfrutan los pequeños con los regalos que ellos creen, ingenuamente, que les han traído los Reyes Magos. Pero esa ingenuidad infantil nos acompaña toda la vida, y la mayoría de los agricultores, hasta que se jubilan, siguen creyendo que sus problemas serán solucionados por algún político mesiánico.  

Sobre la candidez de los agricultores y la picaresca de los políticos hemos estado hablando los amigos estas Navidades, y yo me he acordado de aquella anécdota tan ingeniosa sobre las dos pesetas con las que el conde de Romanones compraba el voto de los labradores en las elecciones de los años veinte:

–Señor conde –le decía su administrador– estas elecciones van a salir más caras porque las dos pesetas por voto que pagábamos ya no son suficientes. El señor marqués se ha adelantado y ha comprado el voto a tres pesetas.

–No te preocupes –respondía el conde– Dale a cada uno un duro (tenía un valor de cinco pesetas) y que te entreguen las tres pesetas que les ha dado el marqués.

Esta anécdota, rigurosamente cierta, es todo un ejemplo de creatividad maliciosa que explica por qué la picaresca, como género literario, nació aquí.

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