La Comisión Europea ha sacado del mercado otra sustancia activa: la famoxadona, que se utiliza como fungicida para el control de enfermedades como el mildiu de la patata y el tomate (Phytophthora infestans), la alternariosis (Alternaria solani), el mildiu de la vid (Plasmopara vitícola), la excoriosis de la vid (Phomopsis viticola) y diversos oídios.

Según el informe de evaluación de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, existen muchas posibilidades de que los usos representativos de esta sustancia evaluados “superen el nivel aceptable de exposición del operario respecto a los trabajadores durante la recolección manual, incluso con el uso de equipos de protección individual (EPI)”. La EFSA concluyó, además, que el uso de famoxadona entraña un alto riesgo a largo plazo para los mamíferos y un alto riesgo para los organismos acuáticos, y reconoció que la información disponible era insuficiente para extraer conclusiones sobre las evaluaciones del riesgo a largo plazo para las aves.

Los países tienen de plazo hasta el 16 de marzo de 2022 para retirar las autorizaciones de los productos fitosanitarios que contengan la famoxadona, aunque pueden conceder un periodo de gracia que expira el 16 de septiembre de ese mismo año.

Para Antonio Monserrat, responsable del Equipo de Protección de Cultivos del Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Alimentario (IMIDA, la exclusión de esta sustancia no tendrá en la Región de Murcia una incidencia especial en el manejo de las enfermedades a las que va dirigida. “En primer lugar, porque la presión de esos hongos suele ser bastante limitada en el sureste español, aunque hay episodios graves, y en segundo lugar, porque existen otras alternativas que cubren diferentes modos de acción”. Tampoco tendrá una repercusión importante en las zonas vitivinícolas, ya que existen numerosos fungicidas contra el mildiu en el mercado.

Sin embargo, al investigador le preocupa “la desaparición a cuentagotas, pero imparable, de herramientas útiles, por su eficacia y compatibilidad con auxiliares, que va dejando a los productores agrarios cada vez con menos armas para defender a sus cultivos y que incrementan los riesgos de resistencias y pérdidas de eficacias de las que quedan. A la larga, esto va incrementando las dificultades para producir, lo cual se traducirá en un incremento de precios para los consumidores finales o la importación de frutas y hortalizas de otros lugares del mundo con menos controles”. 

Monserrat cree que en la Unión Europea “no se entiende todavía la gravedad de la situación que está abocando esa eliminación paulatina de productos fitosanitarios y la excesiva confianza que hay en otros medios alternativos”.