La Consejería de Agricultura, Desarrollo Rural, Población y Territorio de la Junta de Extremadura ha publicado la orden que establece las normas de control integrado de la langosta mediterránea (Dociostaurus maroccanus), plaga que afecta a noventa municipios. La norma regula las condiciones para las aplicaciones aéreas de productos fitosanitarios “en aquellas superficies donde la langosta alcance los niveles que la hagan un peligro potencial y no haya sido controlada por medios terrestres”.

La Dirección General de Agricultura y Ganadería ofrece a los propietarios y arrendatarios de las fincas donde aviven estos insectos los medios adecuados para realizar el tratamiento establecido, a través de contratos con empresas y los municipios. Los ayuntamientos colaborarán con personal y medios con el Servicio de Sanidad Vegetal en la realización de lo previsto en la orden, que establece que los tratamientos contra la langosta comenzarán tan pronto como se inicien sus avivamientos o con anterioridad si es técnicamente aconsejable. Según recoge el DOE, el Servicio de Sanidad Vegetal comunicará el inicio de la campaña aérea si procede, con un plazo de preaviso de al menos dos días.

Tanto para comprobar el desarrollo de la plaga como para realizar los tratamientos, el personal responsable de la Administración autonómica y de las empresas encargadas podrá entrar en las fincas donde sea necesario, junto con los medios de transporte y aplicación. Las empresas, habilitadas con el carné de manipulador de productos, serán responsables del uso del fitosanitario que se les entregue y deben justificar las cantidades de plaguicidas utilizadas y las fincas donde se hayan utilizado. Por su parte, los propietarios o arrendatarios están obligados a respetar las indicaciones del Servicio de Sanidad Vegetal y podrán ser sancionados en caso de incumplimiento.

D. maroccanus es endémica en las comarcas pseudo-esteparias extremeñas, con especial presencia en la Serena y en los llanos de Brozas. Puede causar daños muy graves en la agricultura, en especial cuando sufre el fenómeno conocido como gregarización, donde se desplaza decenas de kilómetros y arrasa cosechas en lugares muy alejados de su lugar de avivamiento. Durante la fase solitaria también supone un riesgo, en este caso local, para los pastos y cultivos de los territorios donde se localizan sus hábitats permanentes.