La agricultura en Europa, y en España en particular, está sometida a tal presión, que, de no corregirse, se podría poner en riesgo la capacidad productiva para cubrir las necesidades de su población. Una Sostenibilidad mal entendida, y una valoración exacerbada de problemas que causa, que los hay, está generando una culpabilización del sector, a la que se apuntan numerosos frentes, por muy diferentes intereses. Entre tanto ruido, parece que nos olvidamos de la importancia que tiene mantener nuestras empresas de producción para garantizar el suministro de esos alimentos, que tan habituados estamos a encontrar en los supermercados.

El desconocimiento de los sistemas de producción más modernos y eficientes, de sus problemas y necesidades, junto a las imágenes idílicas de otros sistemas, que con tal eficacia llegan a la ciudadanía, están inculcando unos ideales que nos pueden hacer perder la noción de la realidad y de sus consecuencias. Estas corrientes de opinión pública, a su vez, ejercen una enorme presión sobre las políticas y las estrategias comerciales.

 Aunque este artículo se podría extrapolar a la ganadería o a la fertirrigación, por mi especialidad lo voy a centrar en la sanidad vegetal o protección de cultivos frente a plagas, una de las mayores pesadillas de los productores, por los riegos que generan las plagas a las cosechas.    

Para entender la situación que se está creando, es importante poner en contexto cual ha sido la evolución de la agricultura, de la población humana y las nuevas tendencias. Si a principios del siglo pasado la población mundial era de unos 1.600 millones de personas, y mayoritariamente rural, en la actualidad nos aproximamos a los 8.000 millones de habitantes, en un mundo cada vez más urbano. Con una población creciente, con mayores demandas en alimentos, y unas superficies de cultivo y recursos hídricos cada vez más limitados, es fundamental optimizar las producciones agrícolas para producir más con menos, minimizando las pérdidas por plagas, dentro de unos procesos productivos sostenibles, seguros y compatibles con el medioambiente. Aunque hay cultivos capaces de naturalizarse e integrarse mejor al medio natural, otros requieren de una mayor intensificación para ser eficientes y competitivos.

Las plagas, causadas por organismos vivos de muy diversos orígenes, son oportunistas que se caracterizan por una gran capacidad de adaptación, un enorme potencial de destrucción de alimentos e incluso por llegar a afectar a la salud humana, fruto de contaminaciones microbianas o liberación de toxinas.

Junto a otras estrategias, para el control de plagas siempre, desde hace miles de años, se han utilizado productos con efectos fitosanitarios. Antes de los fitosanitarios de síntesis, cuyo desarrollo comenzó en los años cuarenta del siglo pasado, ya se usaba la rotenona, arsénico, nicotina, pelitre, azufre, cobres, aceites o polvo de mercurio, entre otros, la mayoría de ellos prohibidos en la agricultura actual por los riesgos que entrañan.

Con el desarrollo de los fitosanitarios de síntesis, durante la segunda mitad del siglo pasado, el control de plagas comienza a basarse, casi exclusivamente, en estos nuevos productos. Su gran eficacia, rápido efecto, facilidad de uso y bajos costes, favorecieron su uso masivo y abusivo en una agricultura en expansión, durante una época con muy poco control y consciencia del riesgo que podían implicar, tanto para los consumidores como para el medioambiente y, muy especialmente, para los aplicadores y trabajadores agrarios.

A partir de la década de los ochenta del siglo XX, la situación comienza a cambiar, buscando una mayor racionalización y seguridad, con mayores exigencias para los registros, retiradas de materias activas de mayores riesgos, controles de usos y el desarrollo de nuevos conceptos, como los de Tratamientos Integrados de Plagas, Producción Integrada y, en la actualidad, Gestión Integrada de Plagas (GIP).

La GIP implica una gran profesionalización para evaluar con precisión los riesgos fitosanitarios y la toma de decisiones, para introducir las medidas de prevención y para priorizar las herramientas biológicas y tecnológicas. El uso de productos fitosanitarios pasa a ser una actividad muy controlada, en manos de personal cualificado para su prescripción, adquisición y aplicación, con protocolos de trazabilidad y el empleo de equipos de tratamientos cada vez más eficientes, que son registrados e inspeccionados periódicamente.

Íbamos por buen camino, pero el problema surge cuando la disponibilidad de estas herramientas en la UE está cambiando drásticamente, con una tendencia a reducir progresivamente las materias activas autorizadas, a restringir en exceso las condiciones de uso de las que quedan y a unos precios cada vez más elevados. Además, la presión de mercados y determinados lobbies está comprometiendo, cada día más, las posibilidades para realizar un adecuado manejo de los mismos, lo que deriva en problemas de resistencias, falta de soluciones ante plagas muy importantes, el desarrollo de nuevas plagas y una mayor facilidad en la colonización de plagas foráneas, lo que incrementa los costes de producción y el desperdicio de alimentos que no llegan a recolectarse.

Para los próximos años, la estrategia De la granja a la mesa, como una de las iniciativas clave del Pacto Verde Europeo, se ha marcado, entre sus objetivos, garantizar alimentos saludables y asequibles para todos, promover un mayor consumo de dietas más saludables y reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos. Para ello ha fijado de aquí a 2030, entre otras medidas, reducir a la mitad el consumo “ponderado” de productos fitosanitarios (tras la racionalización que ya se había logrado en las últimas décadas).

Estas medidas, a diferencia de lo que buscan sus objetivos, podrían tener efectos contrarios, al poner en riesgo la sostenibilidad de la agricultura europea, el acceso del conjunto de la población a alimentos saludables a precios razonables, el incremento en las pérdidas de las cosechas y una mayor dependencia de productos foráneos y con menos garantías sanitarias.

Es cierto que se han desarrollado nuevas y eficaces estrategias de manejo de plagas, entre las biológicas, tecnológicas y los denominados bioplaguicidas, que se han ido incorporando a la agricultura más profesional y tecnificada que se realiza en España. Sin embargo, estas técnicas no van a ser capaces de resolver todos los problemas de plagas presentes, y de las que están por venir. Además, un uso excesivo de esos nuevos productos y tecnologías, como alternativa a los productos de síntesis, sin considerar sus posibles riesgos, podría tener también consecuencias negativas.

Una drástica restricción de productos fitosanitarios derivará en problemas de resistencias y falta de soluciones frente a plagas presentes y de nueva introducción

Una sanidad vegetal sin los productos fitosanitarios necesarios sería como una sanidad humana sin medicamentos. A pesar de disponer de estrategias que minimizan su necesidad, como son los hábitos saludables, las enfermedades (las plagas en agricultura) son una realidad y ante ellas, los medicamentos (los productos fitosanitarios) aportan beneficios muy superiores a sus riesgos.

Es necesario seguir avanzando en seguridad alimentaria, sostenibilidad y medioambiente, pero con criterios técnicos y científicos, valorando las ventajas e inconvenientes de nuestros sistemas de producción (y de las herramientas de manejo de plagas necesarias) y sopesando qué consecuencias pueden tener a medio y largo plazo algunas de las decisiones y restricciones que se están imponiendo. De lo contrario, nos vamos a encontrar con un problema en nuestra capacidad de producción y soberanía alimentaria, algo inconcebible, vistas las consecuencias que tiene la dependencia de países terceros de recursos básicos, como los alimentos, ante situaciones de crisis internacionales.

 Antonio Monserrat

Dr. en Ciencias biológicas