La Ley 43/2002 de 20 de noviembre, de Sanidad Vegetal, en el capítulo IV de su Título III, dejaba la puerta abierta a la comercialización y utilización de otros medios de defensa alternativos a los existentes hasta el momento. Las exigencias de una agricultura más sana, libre de residuos y la progresión de la agricultura ecológica, han hecho que las normas que regulan el uso de los productos fitosanitarios se vuelvan más exigentes y restrictivas, obligando la retirada de muchos productos.

 

De entre estos medios de defensa fitosanitaria alternativos están las feromonas, los organismos de control biológico y las trampas. Pero, sin duda, el medio de defensa que destaca por su novedad son los atribuidos a los productos fortificantes, capaces de que las plantas desarrollen vigor o resistencias frente a patógenos y a condiciones ambientales adversas. El concepto de fortificante da un nuevo sentido a la lucha fitosanitaria y cambia totalmente el panorama que conocemos hoy en día, ya que no se basa en el conocimiento del patógeno para desarrollar una molécula sintética específica capaz de frenar la enfermedad, sino en el estudio de la fisiología de la planta y de sus mecanismos de defensa aprovechando todo el potencial que la planta posee para defenderse.

El avance en el conocimiento de las bases moleculares que controlan las respuestas de defensa de la plantas, ha permitido cambiar la teoría simplista de que los mecanismos de defensa de las plantas eran inespecíficos y de poca complejidad. Aunque las plantas están continuamente expuestas a un gran número de microorganismos, sólo unos cuantos son capaces de producir enfermedades.

Esto es así porque las plantas a lo largo de su evolución han desarrollado, no sólo una sólida pared celular como sistema de defensa estructural o pasiva que dificulta la penetración del hongo, sino también de un mecanismo de defensa donde tiene lugar la síntesis de sustancias tóxicas para el hongo, como fitoalexinas y proteínas PR (Pathogen Related) y que se activa sólo cuando es necesario.

Este sistema de defensa también se pone en marcha cuando la planta está sometida a diferentes tipos de estrés ambiental, como las altas o bajas temperaturas, la falta de agua, etc. en el que tiene lugar la síntesis de proteínas de choque térmico, así como la producción de antioxidantes capaces de neutralizar el estrés oxidativo que produce este tipo de ambientes desfavorables para el desarrollo de la planta.

Las plantas emplean una gran cantidad de señales originadas por los microorganismos que les permite reconocer el patógeno y establecer una respuesta de defensa. Este reconocimiento del patógeno tiene lugar gracias a proteínas receptoras que se encuentran en la pared celular de la planta. Cuando un microorganismo patógeno "aterriza" en la superficie foliar de una planta, produce una serie de enzimas hidrolíticas que degradan los polisacaráridos de la pared celular de la planta, esta degradación trae consigo la liberación de sustancias, como quitinasas, que actúan degradando la quitina del hongo, que es a su vez reconocida por la planta como molécula indicadora de presencia del patógeno. Esta unión o reconocimiento mutuo es la base para establecer una respuesta de defensa adecuada y esta respuesta será tanto más eficaz cuando más rápida sea la planta de detectar la presencia del patógeno. Esta respuesta de defensa no solo tiene lugar en el sitio de la infección, sino que es capaz de establecerse en toda la planta de manera sistémica, de manera que en zonas donde no hay infección, la planta está preparada para un posible ataque.

La respuesta de la planta a una infección depende de muchos factores, pero está claro que cuando la enfermedad se desarrolla es porque la velocidad de respuesta es tan lenta que la patogenicidad supera la resistencia. Es en estos casos donde el uso de los fortificantes ayuda a las plantas a mejorar su respuesta de defensa y establecer un sistema de defensa sistémico, de acción preventiva y curativa.

Entre los factores positivos relacionados con el empleo de este tipo de compuestos, se podrían destacar los siguientes:

 

- evitan los problemas relacionados con la aparición de resistencias en los patógenos a los pesticidas clásicos.

- no dejan residuos.

- pueden sustituir a los numerosos pesticidas que actualmente son de retirada obligatoria por no ser compatibles medioambientalmente.

- reducen los riesgos asociados a la salud que pueden presentar los pesticidas químicos.

- pueden ser efectivos contra enfermedades producidas por virus y patógenos de suelo donde los tratamientos químicos no son eficaces.

- no hay necesidad de introducir genes modificados en las plantas, y por tanto se evita el problema de los transgénicos.

- pueden presentar un efecto de larga duración y de amplio espectro.

 

La idea de mejorar la respuesta de la planta mediante la aplicación de fortificantes es del todo atractiva y supone, al mismo tiempo, una alternativa de futuro, ambiental y comercialmente viable, a los métodos actuales de control de patógenos mediante el uso tradicional de pesticidas químicos.

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