En el suroeste de la Península Ibérica ?Extremadura, Alentejo portugués, parte de Castilla-León y parte de Andalucía? está localizada la mayor superficie del agrosistema conocido como dehesa arbolada. En sus árboles ?diversas especies de Quercus? vive el coleóptero Cerambyx welensii, cuya población, por diversas razones, está formando plagas que afectan gravemente el aprovechamiento de la dehesa.

En el año 1986, los agricultores de Burguillos del Cerro (Badajoz) denunciaron la existencia de parajes con más del 80% de árboles parasitados por Cerambyx. En la actualidad, después de más de veinte años, el insecto sigue destruyendo el arbolado.

La estrategia de este coleóptero para competir en el agrosistema donde vive es extraordinaria: la larva recién nacida se introduce rapidísimamente en el interior del árbol, en donde tiene una despensa repleta de nutrientes, y donde queda al resguardo de parasitoides y depredadores. Durante tres años, aislada de otros animales, incluso los de su propia especie, y sin necesidad de desplazarse para adquirir alimentos, ocultarse, defenderse? la larva se convierte en algo parecido a un cilindro musculoso, sin patas. Y como si la Naturaleza quisiera compensar tanto estreñimiento, el insecto, al convertirse en adulto, se desparrama en apéndices y se adorna con unas antenas que sobrepasan la longitud de su cuerpo.

Como adulto, su estrategia no es menos eficaz: éste, de color negro acharolado, pasa el día oculto entre las resquebrajaduras de los árboles; cuando llega la noche, y los depredadores diurnos desaparecen del bosque, el Cerambyx, con movimientos lentos, solemnes, casi ceremoniosos, sale de su escondite. En la microfauna de la dehesa, este coleóptero aparece como una especie victoriosa, un competidor tan "competente" que los adultos sólo detienen su canibalismo un momento en toda su vida, mientras copulan, y algunas veces, pienso yo, ni tan siquiera.

Estoy leyendo ahora las conversaciones entre Wallace y Darwin en 1890. En una de ellas, este último expresaba su preocupación sobre el futuro de la humanidad argumentando que en la civilización moderna no operaba la selección natural, y no sobrevivirían los más aptos ?¡Qué envidia sentiría Darwin del Cerambyx welensii si conociese cómo se enseñorea de la dehesa! ?pienso yo.

¿Y Nietzsche, que propugnó la victoria de la moral del amo sobre la de los esclavos, el predominio de los fuertes sobre los débiles, la desaparición de los pacíficos, los apocados?como única forma de llegar al Superhombre salvador de la civilización? ¿No se emocionaría el filósofo ?me pregunto? teniendo este coleóptero inmisericorde en sus manos?

Acabamos de estrenar un nuevo verano en Badajoz, y mis amigos Pepe Esteban y Consuelo Sánchez-Brunete, dos sabios conocedores de la vida de los insectos y sus moléculas, han venido a recoger adultos de Cerambyx para su estudio. Es de noche y la dehesa nos descubre otra realidad distinta que por el día, su negrura y la simbología que ella representa para el hombre de nuestra cultura: lo desconocido, el arcano, lo infernal? Solo el croar de las ranas de una charca parece dar algo de alegría al paisaje.

De pronto, una de nuestras linternas descubre dos ejemplares del coleóptero.

Los insectos, ajenos a nuestra presencia, avanzan majestuosos hacia una de las trampas instaladas para su captura.

Mientras cada uno de los insectos es colocado en un bote distinto para evitar que se maten a mordiscos, yo no puedo evitar preguntarme: «¿será el canibalismo una propiedad del Superhombre, ese ser perfecto al que debería conducir la competencia de la que nos hablan Darwin y Nietzsche?»

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