Cuando nombramos a las bacterias, como cuando en Andalucía se nombra a la "bicha", aparece en nosotros la imagen de la morbidez, probablemente porque las desgracias que sufre la humanidad se van almacenando en un baulillo que tenemos en el alma, y de estar guardadas juntas terminan por liarse unas con otras, de tal manera que cuando leemos en algún sitio "bacterias", irremediablemente nos acordamos del cólera (Vibrio cholerae), la sífilis (Treponemapallidum), la tuberculosis (Mycobacterium tuberculosis)?

Las plantas también han sufrido catástrofes por la acción patogénica de las bacterias, y bien que nos remarcaba esta idea la doctora Milagros López en sus clases magistrales en el IVIA; aunque para saber de la importancia real de estos microorganismos, lo mejor sería preguntar a los agricultores europeos por el Fuego bacteriano del peral (Erwinia amylovora), el Cáncer bacteriano de las raíces de los frutales (Agrobacterium tumefaciens)?

Pero también hay bacterias beneficiosas para las plantas e, indirectamente, para el hombre. Numerosas especies pertenecientes al género Rhizobium viven en las raíces de las leguminosas, y tienen la capacidad de fijar el nitrógeno del aire, habilidad de la que carecen las plantas fanerógamas, obligadas a tomarlo de las soluciones del suelo en las que este elemento se encuentra.

Este fenómeno ?bacterias, fijación de nitrógeno, absorción del mismo por las leguminosas?? es tan rotundo y tan bonito, que más que otra cosa parece que fuese la segunda parte del Principito que Saint-Exupéry no llegó a publicar: estas bacterias infectan las raíces de las plantas leguminosas y fijan el nitrógeno del aire (N2) ?más del 78% de su composición está constituida por este elemento? que es transformado por las bacterias en ión amonio (NH4+); este ión, dentro del vegetal, se incorpora a su metabolismo convirtiéndose en iones nitrato (NO3 ?) que, finalmente, y por un proceso complicado, terminan formando parte de la mayor parte de la estructura de las proteínas de las plantas ?y de los animales y del hombre, al comer soja, garbanzos, judías?? Pero aunque pudiera parecer que en esta relación todo lo ponen las bacterias, las leguminosas no son menos generosas con estas bacterias, y les proporcionan azúcares, proteínas, agua?con las que crecen abundantemente.

El resultado de este "buen trato" es que, mientras en un agroecosistema determinado, un grano de cereal tiene alrededor de un 13% de proteínas, algunas semillas de leguminosas pueden poseer hasta casi el 40% -cuatro veces más que la carne, ocho veces más que los huevos, doce más que la leche??. Esta es la explicación que le he dado a una joven agricultora ?por cierto, con una sonrisa de ángel? que ha venido al laboratorio muy preocupada con una planta de guisante afectada en su parte aérea por el Mildiu (Peronospora viciae), y cuyos síntomas ella atribuía, equivocadamente, a los numerosos nódulos de Rhizobium que presentaban las raíces.

Ahora, la chica se ha llevado su sonrisa y yo me he quedado, casi entontecido, con la planta de guisante en la mano. Y al contemplar en la raíz los nódulos grandes y abundantes de Rhizobium, no puedo evitar una reflexión.

Este fenómeno forma parte del ciclo del nitrógeno, sin duda, uno de los episodios más importantes de la biosfera. Al comienzo del mismo, cuando las bacterias infectan los tejidos radicales de la leguminosa, el fenómeno tiene un carácter parasitario, la bacteria roba sustancias a la planta, y si en ese momento comparamos el desarrollo de la planta infectada por la bacteria, con el de otra leguminosa sin infectar, esta última estará significativamente más desarrollada; pero al poco tiempo, ese crecimiento se habrá invertido, y la planta infectada manifestará los nódulos del Rhizobium en la raíz y un mayor porte en su parte aérea. Es como si los dos seres hubiesen comprendido que, del mutuo acuerdo, ambos obtienen beneficio.

¿Será esto un recuerdo de aquella moral primera que habría en el Paraíso?

Comprar Revista Phytoma 210 - JUNIO/JULIO 2009