Para todos los que nos dedicamos a la salud (medicina) de las plantas, el mes de febrero es una hoja del calendario donde lo único que destaca es la celebración de san Valentín, un santo que a mí, particularmente, me lleva al recuerdo de mi tía Jerónima: toda su vida la pasó enamorada, escribiendo cartas de amor a su novio, que un día de 1905 se marchó a Panamá, y nunca más volvió. Mi tía murió a los ciento cuatro años, sin una arruga y con esa altivez elegante que solo poseen los enamorados.

No sé yo muy bien si los agricultores recurren a este santo, pero si se exceptúa esa celebración, este mes suele ser de poca actividad, y menos aún si está referida a la aplicación de fitosanitarios, productos que a tenor de las últimas disposiciones oficiales, dentro de muy poco serán solo una referencia en la historia de la sanidad de las plantas. La creencia de que la fabricación y uso de estos terapéuticos de síntesis industrial está llegando a su fin, fue la causa de que en Extremadura, hace unos quince años, nos planteásemos investigar el control de las plagas de langosta mediante la utilización de un depredador del insecto. Y si en lugar de elegir para esa función a un artrópodo, que es lo habitual, elegíamos una especie animal de interés en la alimentación humana, podríamos convertir las plagas de langosta -como hizo Moisés en el desierto-, en un valor añadido para el hombre -el depredador se come al insecto y nosotros al depredador-.

Las especies escogidas al comenzar los estudios fueron cuatro aves: gallina azul extremeña, gallina de Guinea o pintada, perdiz y pavo. El depredador ideal debería poseer un mínimo de cualidades: buen explorador para localizar a su presa, autónomo para realizar su función, poco exigente en cobertizos o refugios, gran avidez por el insecto, eficaz para capturarlo?Los trabajos para seleccionar la mejor de aquellas cuatro especies, podría ser tarea de la épica, más que de la ciencia.

Al poco tiempo de iniciados los experimentos, se comprobaba que de las cuatro aves inicialmente elegidas, las gallinas azules y las pintadas eran las más adecuadas, pero mientras que, en dos horas de depredación, el peso de las ninfas de langostas capturadas por las pintadas sobrepasaba los sesenta gramos, las gallinas azules cazaban poco más de seis gramos. Después de muchas y exhaustivas observaciones en las que se representaban, mediante ordenador, distintas variables del fenómeno -itinerario de las aves, forma de la agrupación de éstas, número de individuos en el grupo?-, llegamos a plantearnos que la eficacia depredadora de una y otra ave estaban relacionadas con su comportamiento social -mientras que las pintadas cazaban en grupos compactos de unos cien individuos, las gallinas azules iban también en grupos, pero caminaban a más de un metro de separación unas de otras- Es sabido que las pintadas son aves monógamas, y su actividad hormonal sexual les lleva, desde muy pronto, a emparejarse, estableciéndose una cooperación entre machos y hembras; las gallinas, por el contrario, son polígamas, y doce o catorce hembras deben rivalizar por un gallo -colaboración en una especie, competitividad en otra- Recientemente, la doctora Helen Fisher, de la universidad de Rutgers (New Jersey), ha realizado unos estudios sobre el amor y la endocrinología en los cuales determina que las fases catalogadas como lujuriantes, comunes a la fisiología del sexo en la mayoría de los animales, están reguladas por unas hormonas (testosterona y estrógeno) distintas de la que coordina la fase cariñosa del amor en el hombre (oxitocina), hormona cuya acción saludable sobre el corazón ya era conocida, y que ahora ha demostrado ser, además, un arma potentísima contra el estrés, denominándose en los "papers" de medicina especializada como "la hormona del amor".

No me atrevería yo a afirmar que la eficacia de las gallinas de Guinea contra las plagas de langosta está basada en el amor que estas aves desarrollan desde su estado juvenil, pero de lo que no me cabe duda alguna es de que la belleza y elegancia de mi tía Jerónima, que vivió ciento cuatro años, tenía su raíz en el amor que siempre impregnó su vida.

¿Tendrán los agricultores, a partir de ahora, que rezar a san Valentín para alcanzar la felicidad y el éxito de sus negocios, en lugar de recurrir a los políticos para que les resuelvan los problemas del campo?

Comprar Revista Phytoma 217 - MARZO 2010