Hasta mediados del pasado siglo, los maestros de escuela tenían una asignatura de Agricultura y en las escuelas del mundo rural se explicaban las razones científicas de algunos de los fenómenos que rutinariamente se producían en ese ambiente. Quizá por ello, yo que fui a la escuela primaria en los años cincuenta, recuerdo haber aprendido que había plantas que tenían en sus raíces unos microorganismos capaces de fabricar alimentos "del aire", con los cuales ellas se desarrollaban. Aquello parecía complicado, pero lo que a mí me gustaba del fenómeno era que unos "bichitos" pequeños, tan insignificantes que para verlos necesitábamos un microscopio, fabricaran alimentos y se los "regalaran" a unas plantas que, a cambio, les dejaban vivir en sus raíces. Mucho después, en la universidad, conocí ese fenómeno biológico, en el cual no había "generosidad" de unos seres frente a otros, sino balances energéticos cuya finalidad era la evolución de las especies, resultado de la competencia más que de la colaboración. El pasado julio, la revista Science publicaba un trabajo realizado por el equipo de Andrew H. Moeller en el cual se afirma que en el cuerpo humano hay más de 400 especies de bacterias que no lo utilizan como simple soporte de su desarrollo, demostrándose que ambos se han influido mutuamente, han coevolucionado desde la noche de los tiempos. Afirma Popper que la ciencia es falsable, y es evidente que los descubrimientos de Darwin están siendo matizados por trabajos como los de Moeller y su equipo, mediante los cuales se puede dudar de que el progreso de las especies sea más consecuencia de la lucha que de la colaboración. En Badajoz, los últimos días de marzo del año 1977 fueron extraordinariamente fríos, produciéndose sucesivas heladas de hasta -4ºC. En esas fechas las vides ya estaban brotadas y el frío provocó la muerte de todos los órganos que habían comenzado a vegetar. Aquellas heladas obligaron a eliminar los brotes muertos y, aunque las cepas volvieron a brotar por las yemas ciegas, se rompió su estructura y ese año no hubo cosecha; pero lo que nadie esperaba era que al año siguiente una gran cantidad de cepas mostraran una grave y desconocida enfermedad. Los brotes jóvenes, con 8-10 cm, tenían las hojas reducidas, de color ceniciento, carentes de vigor, y una o dos semanas después morían. En cortes realizados en la cabeza y tronco de las vides con dichos síntomas aparecía un oscurecimiento de la madera que descendía 20-30 cm hacia la base. Muestras de esa madera fueron colocadas en el evolucionario y, en la primavera siguiente, aparecieron en ellas peritecas correspondientes al ascomiceto Eutypa armeniaca, agente patógeno de una enfermedad cuyos síntomas son los que habíamos observado en las vides enfermas.