Si los vegetales, como los humanos, también aprenden, a partir de ahora los viveristas tendrán que enseñar a las plantas a desarrollarse en aquellos ambientes del terreno de asiento en los que luego serán cultivados.

Es muy frecuente que a los laboratorios de Sanidad Vegetal lleguen muestras de raíces de encinas necrosadas o muy deterioradas con la intención de que, después de su diagnóstico, un fitosanitario les devuelva la salud. Generalmente, esas raíces corresponden a árboles próximos a casas de campo que se han transformado en lujosas viviendas rodeadas de jardines que se riegan  abundantemente.

–La encina es una especie adaptada a zonas de clima semiárido, y al regarla y trasformar su suelo en otro, propio de clima húmedo, no puede vivir y se muere. –Esta es la respuesta que suele dar el facultativo después de no haber obtenido más que saprofitos en el procesado de la muestra.

Ese diagnóstico suele ser hijo de la tendencia existente en la botánica, desde Linneo, de ordenar rigurosamente las especies por sus caracteres, consecuencia de sus ADNs –esta planta es  estenohídrica, esta otra eurohídrica, esta acidófila…–; pero la realidad  nos  suele sorprender con casos que contradicen las reglas, y volviendo al ejemplo de la encina muerta por haberla regado en exceso, nos podemos encontrar con que próxima a ésta, en el borde de una acequia, puede haber un chaparrito bien sano y vigoroso procedente de un brinzal hijo de la encina muerta por encharcamiento, fenómeno que parece contradecir el principio biológico de que los seres vivos somos la manifestación inmutable del ADN que cada uno hemos heredado.

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