Es Incuestionable que, sin el auxilio de la metáfora, la trasmisión del conocimiento y su comprensión serían muy difíciles. Si tuviéramos que elegir una metáfora para explicarnos la complicada situación actual podríamos imaginar que vivimos dentro de una coctelera con elementos desconocidos y agitados violentamente y que, dentro de poco, cuando cese la turbulencia, seremos servidos formando parte de un producto que nadie conoce. Algunos anuncian que eso nuevo que está llegando será algo maravilloso, pero otros pensamos que si esperamos a que sea ‘la casualidad’ la que produzca la nueva situación, el porrazo puede ser de los que marcan época.


En el poco espacio que la pandemia nos deja vivir, lo que contemplamos es, más que grotesco, cómico: el aumento de perros como animales de compañía ha provocado la aparición de tiendas para peinado de perros, ropa de perros y hasta una clínica para solucionar los problemas oculares de los animales; el miedo a morir ha desatado una pasión por estar guapos –eso de acicalarse para entrar en el otro mundo nos debe venir de los egipcios–, por lo que los establecimientos de estética han surgido como hongos; otra novedad ha sido la aparición de talleres dedicados a potenciar la concentración y espiritualidad, y hasta una escuela para aprender a hacer bordados a mano, ganchillo y punto de filtiré han montado no hace mucho cerca de mi casa. Por otra parte, las ideologías están solucionando su falta de creatividad acogiendo a diferentes grupos identitarios (nacionalistas, veganos, feministas, ecologistas, animalistas…) que influyen poderosamente en la política, algunas de cuyas propuestas nos recuerdan aquellos ‘inventos del TBO’ que tanta gracia nos hacían en los años cincuenta.
Como si fuera una gran obra de teatro, en ese escenario y con esos actores se va a desarrollar la agricultura y la sanidad vegetal en los próximos años. Dejar que estas sean producto de la casualidad o de las ‘ocurrencias’ de alguno de los grupos identitarios en el poder puede ser catastrófico –¿Nos podemos imaginar el resultado de cultivar hortalizas ecológicas en las terrazas de ciudades con un ambiente ‘supercontaminado’, como solución al déficit de alimentos que se avecina?–. Para intentar evitar esas posibles catástrofes es necesario olvidarse de fantasías y conocer muy bien la realidad –Mi amigo Luis ‘el Cabrero’ me dice muchas veces: “con estas leches tengo que hacer el queso todos los días”–.

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