La distribución de productos para la protección de la plantas (PPP) no ha sido nunca sólo comercializar productos fitosanitarios, sino que esa transacción siempre ha estado amparada en una recomendación técnica; las empresas de distribución siempre han contado dentro de su estructura con un departamento técnico, formado por ingenieros agrícolas y agrónomos, con un conocimiento sobre el terreno de las explotaciones agrarias, las cuales se visitaban periódicamente y en la agenda se anotaba, a boli, el estado del cultivo. Hoy, los técnicos van al campo provistos de una tablet, con varias apps para disponer de un registro de sus visitas a cada agricultor, donde se anota todo lo observado en cuanto a sanidad vegetal, riego, fertilización, etc., donde se incluyen fotos georreferenciadas y datadas, todo el asesoramiento y prescripción de actuaciones sobre cada cultivo; en definitiva, una trazabilidad del trabajo realizado por el técnico en cada explotación agraria.

Siempre se ha apoyado al agricultor en la gestión técnica del cultivo, lo que se conoce como prácticas culturales: desde la elección de la variedad más adaptada hasta las condiciones particulares de la explotación, poda, riego, aclareos...prácticas en su mayoría implementadas con el propio trabajo del agricultor y que no suponían un incremento de costes adicional. Por otro lado, cuando a lo largo del ciclo del cultivo aparecían los problemas de infestaciones, plagas o enfermedades, se prescribían tratamientos fitosanitarios. Las recomendaciones que implicaban adquisición de insumos siempre han sido escrutadas bajo una simple lógica económica: sólo se aplica un tratamiento fitosanitario si no había otra opción. La consecución de resultados satisfactorios para el agricultor ha hecho valedores a los técnicos de la distribución de su máxima confianza como aliados para su día a día.

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