Uno de los problemas más difíciles a los que nos enfrentamos los dedicados al cuidado de la salud de los vegetales es el diagnóstico de algunas muestras que nos traen los amigos.

–Esta planta siempre ha estado en una maceta en el salón de la casa, pero desde hace poco, sin saber por qué, ha empezado a marchitarse –nos dicen.

Las hojas, envueltas en un papel de aluminio y dentro de una bolsa de plástico presentan, casi siempre, el mismo aspecto: clorosis en bordes y ápice, puntos necróticos distribuidos irregularmente por el limbo y un ligero enrollamiento. Para ayudarnos en el diagnóstico, nuestro amigo nos informa que “a lo mejor” la muestra está un poco deteriorada porque ella ha estado olvidada en el coche varios días, pero seguro que eso no importa porque él está convencido de nuestra extraordinaria profesionalidad. Como único dato para ayudarnos en el diagnóstico, nuestro amigo nos describe con precisión casi topográfica el lugar de la casa donde está situada la maceta. Y con mucha resignación, uno recuerda lo que dicen en Extremadura con estos encargos: “Con estos mimbres hay que hacer el cesto”.

Este suceso puede parecer la secuencia de una película cómica, pero si realizáramos una encuesta entre los asesores de la Sanidad vegetal con la intención de conocer las veces que se producen estas consultas, seguro que descubriríamos que su frecuencia es mucho más que anecdótica.