El desarrollo científico y técnico agrario durante estos últimos 150 años ha sido exponencial reflejándose en un incremento de la productividad de los sistemas agrarios en todo el planeta, y retrasando las predicciones maltusianas. Hay que agradecer el esfuerzo y constancia de todos nuestros anteriores colegas, de nuestros agricultores, y animarse a continuar su trabajo ya que este incremento de la productividad ha tenido sus costes ecológicos y sociales.

El incremento de la población, el incremento de las expectativas de longevidad y de nivel de vida, el incremento de la superficie no productiva ya sea degradada, contaminada o absorbida por las ciudades, todo ello dentro de escenarios de cambio climático, son los retos que tenemos que abordar los que estamos relacionados con la agricultura. La desaceleración del crecimiento de la población, fundamentalmente en los países en desarrollo, es todavía insuficiente, y las predicciones de las Naciones Unidas son de 7.900 millones de habitantes para el año 2025 indican la necesidad de una producción de alimentos básicos equivalente a 2.500 millones de toneladas de arroz, trigo y maíz.

En una zona, región o país, un incremento en la producción de alimentos se puede alcanzar bien ampliando la superficie cultivada, bien incrementando la producción por hectárea de uno o de todos los cultivos de una rotación, o bien, a través del intercambio comercial. La primera solución debe de evitarse si queremos preservar o ampliar los espacios naturales, la segunda y la tercera son las dos vías que se pretenden potenciar en la actualidad. Es en el contexto de la segunda vía donde voy a centrar mis comentarios sobre agricultura sostenible, ligada a una evolución permanente, y a un desarrollo científico y técnico constante.

Hay en la literatura científica un gran número de definiciones sobre agricultura sostenible, largas definiciones que apuntan a que no hay un total acuerdo, y que existen diferentes escuelas de pensamiento. Basándome en la definición de Tilman y col. (2002), se puede concluir que para los agricultores, en los que recae la responsabilidad de la gestión de los sistemas de cultivo, un punto de partida puede ser el siguiente: una agricultura (un sistema agrario) será sostenible si es económicamente viable, ecológicamente aceptable y agronómicamente sostenible. Esto último se consigue si se manejan y gestionan los recursos para que las siguientes generaciones puedan producir al menos con la misma productividad.

El reto de la agricultura sostenible es el de conseguir estos tres objetivos.

La vía que tienen los agricultores es la de aplicar las tecnologías que les permitan obtener lo que demanda una población en crecimiento, tecnologías en constante adaptación y cambio, o nuevas tecnologías. La respuesta no es la de volver atrás y aplicar antiguas técnicas de producción, sino aplicar tecnologías que incrementen la producción, protejan el ambiente y utilicen los recursos más eficientemente.

Como investigadores agrarios, aportamos pequeñas soluciones, paso a paso: la complejidad de los sistemas agrarios y de sus conexiones con los ecosistemas no permiten realizar cambios espectaculares.

El mantenimiento de la productividad es la base de la sostenibilidad de los sistemas agrarios. La agricultura es una actividad económica que debe generar suficientes beneficios a los agricultores que van a producir alimentos del tipo y de la calidad que demandan los consumidores, compuestos industriales, medicinales y fibras. Nuestras sociedades conocen los riesgos ambientales asociados a mayores producciones: contaminación de aguas superficiales y subterráneas con agroquímicos, contaminación de los productos obtenidos con residuos a concentraciones que cuestionan su seguridad, incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero (CO2, CH4, N2O, etc.), impacto sobre el suelo, desvío de agua para regadío disminuyendo los caudales mínimos recomendados para sostener ecosistemas de ribera, salinización debido a drenajes insuficientes, destrucción de hábitats que implican pérdidas en la biodiversidad, etc.

Existe el acuerdo en que es necesaria una mayor producción de alimentos, pero la divergencia surge en cuanto a los métodos de producción: agricultura convencional, agricultura integrada, agroecología, agricultura ecológica, etc.

Las divergencias aparecen, por ejemplo, en las consideraciones asociadas al mantenimiento de una determinada diversidad biológica en la parcela de cultivo (por ej.: cultivos asociados), en la negación a utilizar todas las herramientas disponibles (por ej.: plantas genéticamente modificadas, OGM), a la elección de fertilizantes orgánicos frente a los químicos, etc. Muchas de estas decisiones no se basan en criterios científicos, no aparecen propuestas contrastadas, cuantificadas; los experimentos comparan, por ejemplo, malas prácticas agrícolas con cuidadosos ensayos de seguimiento de nutrientes que provienen de fertilizantes orgánicos. Si bien las técnicas de producción dentro de la agricultura ecológica representan una mejora ambiental por la no utilización de fitosanitarios, no está demostrado que el manejo de fertilizantes nitrogenados orgánicos también lo sea (POURDEL y col. 2002).

¿Por qué no tender hacia una agricultura que integre, con base científica, las prácticas que convengan a cada sistema? ¿Podría nuestra sociedad, que es la que financia nuestras investigaciones, aceptar una agricultura integrada, basada en buenas prácticas agrícolas que no demonice los productos fitosanitarios, fertilizantes químicos u OGM y que mantenga la base de los recursos productivos? Flexibilidad en la aplicación de la tecnología para un agricultura lo más sostenible posible.

Pongamos un ejemplo ilustrativo que viene apareciendo de manera recurrente en las reuniones de las sociedades científicas de agronomía y recientemente descrito por Cassman y col (2002). La producción de arroz en monocultivo es uno de los sistemas básicos de suministro de alimentos. Los agricultores están obteniendo rendimientos reales que representan el 80% de los rendimientos potenciales posibles en la zona, y los rendimientos parecen estancarse.

Es decir, si el rendimiento potencial se define como el rendimiento que puede alcanzar un cultivar en un ambiente para el que está adaptado, sin limitación de nutrientes y agua, y con un control efectivo de enfermedades, plagas y malas hierbas, ciertos agricultores asiáticos están ya obteniendo rendimientos reales con híbridos de arroz indica superiores a ca. 10.000 kg/ha. Para ello, la mejora en el uso de fertilizantes que optimizan el suministro de nutrientes ha sido fundamental. Sin embargo, el incrementar estos rendimientos reales no es rentable económicamente (rendimientos marginales decrecientes).

Paralelamente, el rendimiento potencial de los cultivares que siembran se va minando a lo largo del tiempo por el efecto de plagas y enfermedades (Gráfico 1), por lo que es necesario introducir nuevos cultivares para mantener lo que se viene denominando la diferencia explotable.

La sostenibilidad de los sistemas de producción de arroz se basa en los cambios de cultivares, en los programas de manejo de fertilización que optimizan el suministro de nutrientes, y en el control de plagas y enfermedades. La estabilización de los rendimientos en el arroz, como consecuencia de la disminución de la diferencia explotable se considera un hecho preocupante y un reto para científicos y agricultores.

Otro ejemplo es la constante evolución de los sistemas de secano en el sur de Australia. El estancamiento en los rendimientos de los diferentes cultivos, plasmado aquí a través de los del trigo, se rompe gracias a cambios en las rotaciones con secuencias de cultivo más complejas, utilización de nuevos cultivos (por ejemplo, canola), y mejora en el manejo de fertilizantes (dosis, época y técnicas de aplicación) (CONNOR, 2004). En el Gráfico 2 se muestra la evolución del rendimiento de trigo en los sistemas de bajos insumos del sur de Australia - en la actualidad, los agricultores de la región de Wimmera fertilizan el trigo con 22 kg N/ha. Durante la fase 3 se consiguieron incrementos en el contenido de materia orgánica del suelo, sin embargo, la actividad agrícola y las leguminosas fijadoras de nitrógeno acidificaron el pH de los suelos menos tamponados y ya de partida ácidos, generando otro factor limitante, otro reto. Actualmente se estudia cómo incrementar la eficiencia del encalado ya que las zonas afectadas aparecen en la mayoría de los suelos de Victoria y Western Australia.

Otro de los objetivos actuales para mantener la sostenibilidad de estos sistemas es el de mantener las capas freáticas salinas fuera de la zona radical. La eliminación de la vegetación perenne y la puesta en cultivo de grandes espacios, ha disminuido el uso del agua, elevando el nivel de dichas capas. Para ello, las secuencias de cultivos, la distribución espacial de diferentes cultivos y vegetación autóctona se utilizan para incidir en los balances de agua, incrementando la evapotranspiración. Los barbechos que potencian la salinización de las zonas más sensibles se están abandonando a favor de la siembra de cultivos con raíces profundas, como canola. Es decir se están planteando estrategias para manejar la salinidad pre-existente en determinadas zonas.

Este artículo ha puntualizado en algunos aspectos agronómicos de la sostenibilidad, asociándola a la tecnología, tecnología en constante evolución, y flexible.

La incorporación de los análisis económicos que incluyan los costes ambientales, enmarcándose dentro de lo que se denomina economía ecológica, ayudarían a diseñar los sistemas más sostenibles. Por otro lado nuestra sociedad y nuestros gobiernos pueden intervenir apoyando la adopción de técnicas de producción más sostenibles; la primera a la hora de comprar y los segundos dirigiendo las ayudas o subsidios a los agricultores en ese sentido. El peso del manejo y gestión de la base de nuestros recursos recae en los agricultores y nuestra Escuela forma los que pueden transmitir y diseñar estas tecnologías.

 

BIBLIOGRAFÍA

CASSMAN, K.G., A. DOBERMANN, D.T. WALTERS, y H. YANG. 2003. Meeting cereal demand while protecting natural resources and improving environmental quality. Annual Review of Environment and Resources 28:315-358.

CONNOR, D.J. 2004. Designing cropping systems for efficient water use of limited water in southern Australia. European Journal of Agronomy 21:419-431.

POUDEL, D.D., HORWARTH, W.R., LANINI, W.T., TEMPLE, S.R. y VAN BRUGGEN, A.H.C. 2002. Comparison of soil N availability and leaching potential, crop yields and weeds in organic, low-input and conventional farming systems in northern California. Agriculture, Ecosystems and Environment 90:125-137.

TILMAN, D., CASSMAN, T.G., MATSON, P.A., NAYLOR, R. y POLASKY, 2002. Agricultural sustainability and intensive production practices. Nature 418:671-677.

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