Me satisface haber estado cerca de los problemas de la citricultura en general y, particularmente, en la actividad postcosecha en un lapso de tiempo de 35 años.

Lo viví con mucho interés. De ello surgió la idea de lanzarme a escribir sobre el tema, lo que vengo haciendo desde 1969, en prensa, revistas y también radio, con una pequeña incursión en televisión. He sido, pues, testigo de los cambios producidos en la citricultura del país, que es el primer exportador mundial desde que se conocen estadísticas, pues ya llegó a exportar algo más de un millón de toneladas (concretamente 1.084.537 toneladas) en 1930.

Para mi suerte personal he conocido la casi totalidad de la citricultura del área del Mediterráeo, por haber trabajado en casi todos los países de la misma, así como las principales del Hemisferio Sur, tales como Brasil, Argentina, Venezuela y EE UU.

Los cambios sucedidos en nuestro país, con la eliminación de aquellas variedades, tales como las mandarinas, un primor de perfume, pero un exceso de semillas o huesos, al igual que la blanca común, hoy inexistente y con la primacia de las mandarinas/clementinas/híbridos en el grupo así denominado, sin olvidar el cambio en naranjas al grupo Navel, con la inclusión de las Nave-late y la Navel-lane-late, de mejor calibre ésta última, y las que aún están por aparecer, más recientemente la que tiene el nombre de la localidad del Centro (el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrícolas, el mejor y más situado en su experiencia investigadora de los cítricos); es decir, Moncada, ya presta a ocupar su plaza en el campo.

Ello ha sido un trabajo hasta hoy de un interés común, hasta llegar a producir más de 6.500.000 toneladas truncadas en su ascensión por el peor enemigo de la actividad: el frío.

Ese cambio ha ido acompañado por un crecimiento en el trabajo de los almacenes de confección y exportación desde aquellas balsas metálicas para el lavado y protección contra los hongos que son los que pueden hacer que el podrido haga su aparición en los frutos, sometidos a una mezcla de timol, formol y borax, hasta llegar a hoy, cuando las normas y leyes mundiales del uso de fungicidas y fungistáticos permitan el empleo de aquello que ha de estar expresamente permitido por todos y cada uno de los países importadores, con dosis bajas, sin olores extraños, sujetos siempre a la inspección de los servicios sanitarios.

Es toda una garantía que el uso de estos productos se realice bajo controles que pueden verificar en cualquier momento qué es lo que se emplea, como es bien conocido. También quien así lo solicita pide el recibir los frutos exentos de cualquier producto, lo que tiene como natural consecuencia el que pueda tener que contar con una mayor cantidad de frutos atacados por los insectos, plagas, etc. Este es el factor que se evita con la desinfección y limpieza de los frutos al momento previo a su embalaje en cualquiera de los muchos y distintos tipos (bolsas de distintos kilos, envases de madera, cartón y plásticos).

Disculpen la parte de recuerdo y memoria de quien ha estado los años citados en esta labor y ha sido testigo de sus medidas y cambios, y que, en cierta forma, sigue estando en el sector a través de su dedicación periodística.

Comprar Revista Phytoma 173 - NOVIEMBRE 2005