E l paisaje que presentan los alcores de La Campiña de Jaén es un mar verde de olivares que, como un milagro, se vuelve plateado con el viento; pero desde no hace mucho, este manto vivo se ve salpicado de olivos marchitos y de color rojizo.
            Dice mi amigo Luis, que pasa ya de los ochenta, y anda llevando sus cabras a ramonear a La Campiña desde que era un muchacho, que él nunca ha conocido en los olivares una calamidad como ésta. Pero los acontecimientos de la historia, como los de la vida, parece como si pudieran ordenarse sobre el perfil de una curva, y lo que a nosotros nos parece nuevo ya se lo pareció antes a otros, solo que cientos o miles de años atrás. ¿Sería ésta la calamidad que el griego Dioscórides observaba en los olivos, hace ahora casi dos mil años?:...hácense también los olivos estériles en siendo pacidos de cabras; y esto, según yo pienso, por el grande enojo que toman de verse roídos de un animal tan sucio y hidiondo, máximamente ellos, que compitieron con el laurel, y fueron consagrados a la diosa Minerva. Por eso, quien quiere aceite no tenga cabras...
            Nunca podremos saber con certeza si la desgracia que contemplamos ahora es la misma que veía el griego, pero de lo que sí estamos seguros es de la exactitud de ese principio ecológico que subyace en el texto de Dioscórides, y es que en el cultivo del olivo, como en cualquier otro, los elementos productivos que participan en el agrosistema lo hacen de una manera armónica y determinada, y no se puede pensar, ingenuamente, que es posible modificar libremente cualquier variable del cultivo sin que se produzcan efectos indeseables.
            A partir de la mitad del siglo pasado, coincidiendo con la llamada Revolución verde que se produjo en la agricultura, el cultivo del olivar experimentó una gran transformación a consecuencia de la mecanización de las labores y la utilización de fertilizantes y fitosanitarios. La producción de aceituna se elevó sustancialmente, y con ello la rentabilidad del cultivo. Pero cuarenta años después, ese modelo no era suficiente para producir unos beneficios aceptables ?el capítulo de la mano de obra se había disparado por el precio de los salarios, y el del aceite, en cambio, se había contenido por la aparición en el mercado de otros aceites con buenas propiedades alimenticias y más baratos que el de oliva, principalmente el de girasol?. Era evidente que el mantenimiento del cultivo exigía otro cambio.
            Los olivareros tenían dos opciones para procurar la rentabilidad del cultivo: transformar el modelo de elaboración y comercialización del aceite, o modificar de nuevo la fitotecnia del cultivo y aumentar así la producción. Se eligió esta segunda, para lo cual se incrementó el número de pies/ha, se modificó la forma de producir plantas, empleando viveros para ello, y se utilizó el riego. En resumen, se cambió una forma ancestral de cultivar el olivo, por otra similar a la de cualquier frutal (melocotonero, peral, ciruelo?).
            Dicen mis amigos Antonio Trapero y Miguel Angel Blanco ?científicos que parecen haber heredado la serenidad de Séneca y la sabiduría de Dioscórides? que esta calamidad de los olivares está originada por el hongoVerticillium dahliae, un patógeno con unas estructuras de supervivencia extraordinarias que le permiten permanecer activo en el suelo durante más de diez años.
            ¿Pero de dónde ha venido este hongo? Existe una opinión bastante extendida de queV. dahliae se generalizó sobre los campos de algodón que se cultivaban de manera intensiva en las Vegas del Guadalquivir durante la última parte del siglo pasado, saltando de este cultivo a los olivares por medio de los aperos, pero ¿se habría producido ese fenómeno con la misma virulencia y rapidez si los olivos no se hubieran multiplicado en viveros y sin el empleo del riego en las plantaciones?
            Hasta ahora, las enfermedades más graves que han sufrido los vegetales, sobre todo las de especies con gran interés alimenticio (cereales, patata, vid?), han sido controladas con fitosanitarios y mediante la obtención de resistencias genéticas, dos procedimientos que por sí solos no han resultado ser lo excelentes que se pensaba, y la verticiliosis del olivar no es una excepción. Esta enfermedad es una catástrofe para muchos olivareros, sin que por el momento exista un específico contra la misma. La utilización de variedades resistentes produce, en el mejor de los casos, la pérdida de la identidad cualitativa de los aceites que se obtienen.
            ?Recuerdo ahora lo que decía el sabio Dioscórides sobre las cabras y el aceite? ¿Estará la solución a esta enfermedad en abandonar las técnicas hiperproductivas copiadas de las plantaciones frutales, y volver a cultivar los olivos como lo hacían los abuelos? Quizá eso sea lo más apropiado, aunque para ello sería necesario poner el precio justo al aceite que generosamente nos da la naturaleza.