En el mundo rural, el otoño es el tiempo de la siembra de granos: de la cebada y avena, para alimento del ganado; del trigo, para el pan; de los garbanzos.

Los garbanzos son un lujo de alimento, y hasta no hace mucho, esta legumbre era como un talismán que constituía gran parte del sustento de las familias españolas, y por ello, una cosecha de garbanzos escasa o arruinada producía un grave quebranto en la vida de la gente.
En España existe un tipo de persona que está deseando conocer una desgracia para contarla en cualquier sitio donde pueda ?"Metemuertos" se les llama en Andalucía?. Y cuando yo era pequeño, había una vecina de mi casa (la Pitoseca) que disfrutaba viniéndonos a contar penas. Recuerdo que un año, por "las Cruces de mayo", la Pitoseca entró en mi casa, y con aire de urgencia y voz impostada, anunció: «La ruina ha llegado al pueblo. Los garbanzos de la Campiña han rabiado».
Aquella noticia era cierta, pero lo que subyacía en ella no era un fenómeno biológico ?la aparición de la enfermedad del garbanzo conocida como "Rabia", y ocasionada por el hongo Didymella rabiei?. Lo que "la Pitoseca" estaba anunciando era una desgracia provocada por algún proceloso maleficio.
Y es que a los españoles, lo mágico nos produce un cierto morbo que estorba, cuando menos, el planteamiento científico y objetivo de los fenómenos. No hace tanto, en pleno siglo XX, don Leandro Navarro recogía la siguiente "terapéutica" contra la Rabia del garbanzo: En Lopera (Jaén), para combatir la enfermedad clavan en la siembra ramas de adelfa, y algún labrador astrólogo fijase en el signo del zodiaco en que está el sol, en su marcha aparente, al practicar la siembra de esta leguminosa El señor Sánchez de Hargüen agrega que la adelfa debe haber sido criada en secano, y colocados los tallos esparcidos en el garbanzal a intervalos de diez varas, haciendo la misteriosa operación con la oportunidad necesaria.
Quizá por esta propensión a lo taumatúrgico que existe en España, en los estudios de las enfermedades de las plantas, la importancia de la transmisión de los patógenos por el aire suele estar sobrevalorada.
Hace ya casi veinte años que se hicieron unos estudios en Badajoz para conocer cuál era el valor real de la transmisión del hongo Ascochyta rabiei en las plantas de garbanzo. Con ellos pudimos comprobar que la aparición de la enfermedad no se producía principalmente por una contaminación aérea, como se creía, sino por el empleo de semillas infectadas; así, la utilización para la siembra de una partida de garbanzos con una insignificante proporción de granos contaminados (<1 ), podía ocasionar, si se daban las condiciones ambientales necesarias para el desarrollo del hongo, casi 400 focos de la enfermedad en una hectárea de cultivo. Este resultado ponía de manifiesto que la causa de esta enfermedad no estaba tanto en el aire que venía de "Dios sabe dónde", sino en las semillas utilizadas por el labrador para realizar la siembra.
Ese desconocimiento que el agricultor tiene de la transmisión de los patógenos de plantas, unido a su desconfianza por las semillas selectas producidas por empresas especializadas, son causa de una gran cantidad de enfermedades
de leguminosas y cereales.
Pero el problema no queda ahí. Precisamente ese desinterés del labrador español por las semillas sanas y selectas explica el que existan muy pocas empresas dedicadas a esta actividad comercial en nuestro país, y quizá resida en ello gran parte de la razón por la cual mientras que en Francia se alcanzan 6.000 kg/ha de trigo, en España apenas si se llega a los 3.000 kg/ha; y si nos referimos a los garbanzos, mientras que en México se consiguen 1.600 kg/ha, en España el rendimiento es inferior a los 700 kg/ha.
Seguro que si "la Pitoseca" se enterara de esto, hasta era capaz de meterse en el mismísimo despacho de la ministra y anunciarle: «De ésta no hay quien nos salve, doña Rosa. La agricultura española es una ruina».