–Estos polvos no dejan un bicho vivo, don José –afirmaba uno de los peones encargados de distribuir más de un millón de HCH en polvo contra una extraordinaria plaga de langosta (Dociostaurus maroccanus) que se había originado en varias comarcas de Extremadura.

Eso ocurría en la década de los ochenta del pasado siglo. Los insectos señoreaban grandes superficies esteparias que amenazaban con emigrar a campos próximos de olivar, vid y vegas del Tajo y Guadiana, emigración que, de haberse producido, habría sido realmente catastrófica, por lo que la Junta de Extremadura y el Ministerio de Agricultura pusieron en marcha una campaña consistente en distribuir polvos de HCH para que fueran aplicados por los agricultores, así como malatión ULV para aquellos casos donde los espolvoreos del insecticida no eran suficientes contra la langosta, o cuando los medios terrestres no eran eficaces por lo accidentado del terreno.

Las  plagas de langosta han sido el principal enemigo de la agricultura española desde que Columela comenzara a escribir sobre ella, y contra las mismas, además de rogativas a los santos, se han empleado los medios físicos y biológicos que hasta el descubrimiento de los insecticidas de síntesis industrial eran usuales contra las plagas: el fuego, la depredación con cerdos o aves, diversos tipos de obstáculos, labores de arado…El descubrimiento del DDT y los numerosos formulados de la familia de los clorados marcaron el comienzo de una etapa de gran eficacia contra la mayoría de las plagas de insectos y, por supuesto, contra las de D. maroccanus.

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