Junto al CO2, es sin duda el ozono troposférico el contaminante más importante presente en el ambiente de las plantas en grandes áreas agrícolas de Europa y América, y muy especialmente en los ambientes mediterráneos de la costa peninsular. El ozono troposférico O3 es un contaminante fotoquímico, lo que indica que necesita la presencia de una alta intensidad de radiaciones ultravioletas para que se genere, por lo que sus máximos niveles se producen lógicamente durante la primavera y el verano.

La observación de unos daños muy peculiares sobre hojas de diversas hortalizas, plantas ornamentales y diversos cultivos herbáceos extensivos llevó a Middleton en 1950, a estudiar, en el área del condado de Los Ángeles (California), las causas que lo producían, llegando a la conclusión que dichos daños podrían ser consecuencia de la presencia en el aire de algún contaminante fotoquímico.

A partir de entonces, se iniciaron numerosos estudios para encontrar el causante de los daños observados, resultando ser el ozono uno de los más importantes y agresivos dentro del complejo investigado, tanto solo como acompañado de otros contaminantes del aire.

Para facilitar el estudio y la identificación de las concentraciones de ozono comenzaron a utilizarse plantas bioindicadoras. En concreto para el ozono, Heggestad y Menser aislaron y desarrollaron en 1962 una variedad de tabaco muy sensible, la ‘Bell-W3’, que se ha venido empleando desde entonces, ya que  manifiesta unos daños en las hojas de tabacos muy característicos y fácilmente identificables. El tipo de daños que manifiesta y la gran sensibilidad de esta variedad al ozono hacen que sea muy útil a modo de bioindicador para estudiar la extensión y severidad del oxidante en una zona determinada; en la actualidad, ‘Bell-W3’ es utilizada por muchos profesionales agrarios para entender el estrés a que pueden estar sometidos sus cultivos en primavera y verano.

En España, las primeras sospechas sobre la repercusión que podían tener las modificaciones químicas del ambiente en la horticultura se materializaron en 1987, cuando por primera vez Salleras y Gimeno identificaron daños visibles causados por fotooxidantes (especialmente ozono) en la variedad de sandía Toro. Este tipo de daños y la consecuente merma en la producción y calidad se había venido detectando en cultivares de sandía en el Delta del Ebro (Tarragona) desde hacía varios años.

En 1988 se iniciaron las primeras investigaciones utilizando cámaras descubiertas (OTC), con el objetivo de comprobar si los daños que aparecían eran realmente debidos a las elevadas concentraciones de ozono observadas en el Delta. En poco tiempo se pudo correlacionar los daños en sandía con las concentraciones de O3 y, además, se observaron efectos producidos por ozono en otros cultivos y en otras áreas como en la Comunidad Valenciana sobre judía (var. Lit y var. Win) y sandía.

Comprar Revista Phytoma 317 – Marzo 2020