Todos estamos bastante de acuerdo en que el conocimiento, a lo que más se parece es a una tela de araña en la cual la luz para descubrir los fenómenos casi siempre suele venir por caminos inesperados. Uno de esos caminos es la antropología.

Un estudio antropológico sobre los japoneses nos desvela aspectos sorprendentes de su cultura, muchos de los cuales son antitéticos con los occidentales, como es la consideración que ellos tienen de sus antepasados. Los japoneses no utilizan los méritos de sus ascendientes para presumir, como hacemos nosotros, sino que, muy al contrario, ellos se esfuerzan extraordinariamente para que sean sus éxitos los que prestigien a su estirpe. Los ingleses no llegan a tanto, pero todos conocemos la pasión que tienen por sus tradiciones.  Y resulta curioso que estos pueblos, de los más cultos y ricos del mundo, se caractericen por la importancia y veneración del ayer, probablemente porque están convencidos que su progreso depende mucho de recordar y utilizar las experiencias aprendidas en el pasado.

No ocurre eso en España, donde el sentido peyorativo de los términos referidos al pasado nos desvela el valor que le damos –antigualla, arcaico, vetusto, viejo…–, y con ese proceder despreciamos procedimientos inteligentísimos utilizados por nuestros antepasados, experiencias que nos podrían servir para resolver muchos de los problemas que nos afectan en el presente.

Por poco que conozcamos la historia de nuestro país, todos sabemos que el tiempo más catastrófico para los españoles fue el siglo que trascurrió entre la segunda mitad del XVIII y la primera del XIX. En 1807 los franceses nos invadieron y, cuando conseguimos echarlos, el país se parecía a “una casa robada”. Para completar la desgracia, se independizaron los territorios de ultramar, a consecuencia de lo cual se arruinó la Hacienda pública, y los intelectuales que sobrevivieron a la catástrofe, liberales josefinos o fernandinos, se dedicaron a un ajuste de cuentas. A unos los mataron y otros se exilaron, pero los pocos que quedaron, como a la voz de: “Lázaro, levántate y anda”, reconstruyeron titánicamente el país y, en lo que respecta a la Sanidad vegetal, que es a lo que nosotros nos interesa, esta actividad que casi no existía en la primera parte del siglo XIX, a comienzos del XX era equiparable a la de los países más avanzados del mundo.

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