Los enemigos naturales de las plagas y enfermedades (EN) son los principales aliados que tienen las plantas para defenderse, y existen desde mucho antes que el hombre se sirviera del manejo de los vegetales para colonizar la tierra. No es raro, por tanto, que el control biológico (CB) basado en su empleo sea una de las principales herramientas para el control fitosanitario en espacios verdes (EV). Sin embargo, conviene asumir que los EV son ecosistemas artificiales muy particulares, donde los equilibrios naturales se ven fuertemente alterados. Desde su creación hace doce años, la empresa INFFE viene apostando por este método de control. A pesar de que no es oro todo lo que reluce, sigue siendo probablemente la pata más sólida y prometedora de la Gestion Integrada (GI).

Quizás la mayor desilusión sea que, a pesar de que ha habido una base científica lo suficientemente consistente como para poner de manifiesto que los plaguicidas producen efecto negativos en el medio ambiente y que existe una presión del usuario para reducir el empleo de productos tóxicos, las estrategias de CB no se han implementado lo suficiente. Fundamentalmente por el freno de la industria fitosanitaria y la falta de apoyo por parte de las administraciones, pero también por la dependencia de los plaguicidas por parte de los gestores. Y esta situación la seguimos arrastrando desgraciadamente desde hace varias décadas (Olkowski, 2003; van Lenteren, 2012).
Actualmente, el mejor ejemplo lo encontramos en el Bacillus thuringiensis: ¿cómo se explica que el más importante y seguro agente de CB utilizado durante décadas, de alta especificidad, falta de toxicidad para el hombre y resto de vertebrados y que no deja residuos (Caballero, 2005; Sanahuja y col., 2011), no esté autorizado “en lugares destinados al público en general” (Registro de Productos Fitosanitarios, MAPA)?. Mientras que en Francia si lo está, a pesar de ser el primer país de la Unión Europea en prohibirse los productos fitosanitarios en EV (Loi sur la transition énergétique pour la croissance verte, de 17 de agosto 2015).
Por otra parte, no podemos olvidar que en la ciudades las plantas tienen un complicado escenario de partida: contaminación, suelos compactados y pobres, prácticas abusivas (podas, desbroces y desherbados), etc. Al menos, en el caso del arbolado, la diversidad interespecífica es muy baja, lo cual no es un problema imputable exclusivamente a los actuales gestores, siendo algunas veces herencia de viejas prácticas. Según Pascual Madoz, en 1848, de los 35.948 árboles de Madrid, casi el 40% eran olmos y no había más de cuarenta especies distintas. Sjöman H. y col. (2012) describen como casi el 60% de los árboles de diez ciudades de los países nórdicos pertenecen a sólo cuatro géneros diferentes: Tilia, Acer, Sorbus y Betula. Por tanto, lo primero que habría que plantearse es si en estos escenarios estas especies no son en sí mismos una plaga. Es una pena que los ayuntamientos no realicen más esfuerzos por ampliar el elenco de especies plantadas y de pensar en el mantenimiento, además de en el diseño.
Otra desilusión es la falta de realización de ensayos científico/técnicos relacionados con el CB o el control de plagas en general en España. En 2008 se hallaron tan solo 80 artículos que tratasen sobre este tema (Hiernaux, 2008). Más de diez años después, la situación no es muy diferente y aún son pocas las experiencias prácticas descritas en la bibliografía científica en el sector ornamental. El claro reflejo de esta situación lo encontramos en los Congresos Nacionales de Entomología Aplicada, que se celebran bianualmente desde hace más de dos décadas, y en donde apenas una docena de los 250 inscritos de media aproximadamente exponen trabajos relativos al sector EV/forestal. Menos aún en los Congresos de Sanidad Forestal, que se celebran cada cuatro años y tienen doce de trayectoria, donde también podrían tener cabida trabajos sobre CB en EV.

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