En los humanos, el nacimiento y abandono de la vida placentera –placenta y placentera son términos con el mismo origen–, se produce con grandes dolores de la madre; luego, en la infancia y adolescencia, los periodos más visibles de crecimiento aparecen después de un quebranto de la salud con fiebres altas y, en la civilización, los mayores descubrimientos o adelantos también suelen ocurrir a continuación de los dolores sobrevenidos por las guerras o las pestes.


Es como si el avance en todo lo que concierne a los humanos fuera arrancado con dolor y ruptura de la calma, aunque hay muchos que se confunden y piensan que cualquier rompimiento es en sí mismo progreso. Mi amigo Luis “el Cabrero”, que tiene la virtud de descubrir complicados principios científicos con las inspiraciones que le producen unos vasos de vino, dice que ahora muchos creen que lo bueno debe aparecer rompiendo lo que funciona o es bonito, y por eso la persona que más presume de progresía en el pueblo es la niña del boticario, que para ir a la misa del domingo se pone los pantalones nuevos con rotos por todas partes.
En la agricultura, esa relación de quebranto y avance también se produjo, y el nacimiento de la patología y sanidad vegetal tuvieron lugar después de grandes desastres y hambrunas.
Las técnicas agrícolas que se implantaron en Europa en el siglo XVIII produjeron un notable incremento de las cosechas, principalmente de trigo, pero ese incremento de producción trajo consigo también un aumento de las enfermedades del cultivo, y el tizón -Tilletia foetida– provocaba la ruina de los agricultores y el hambre de la gente. Aquellas catástrofes indujeron a los científicos a buscar soluciones, y los botánicos Tillet (1755) y Prevost (1807) encontraron la causa verdadera de aquel tizón y con ello el descubrimiento de las etiologías infecciosas que producían las enfermedades, conocimientos que el Dr. Blanco Fernández codificó entre 1838 y 1845, les puso el nombre de Patología vegetal y los planteó como una disciplina científica.

Comprar Revista Phytoma 324 - Diciembre 2020