El cambio climático y la pandemia del COVID-19 han creado condiciones para que la agroecología adquiera una nueva relevancia, sugiriendo caminos para reconstruir una agricultura más diversificada y resiliente que sea capaz de enfrentar las crisis del futuro. Hay tres áreas principales en las que la agroecología camina hacia una nueva agricultura resiliente a plagas: enriquecer la matriz paisajística de las fincas, romper el monocultivo con diseños diversificados que promuevan la fauna benéfica y revitalizar orgánica y biológicamente los suelos.

El modelo agrícola industrial emergió bajo el supuesto de que siempre se dispondría de agua abundante y energía barata para abastecer la agricultura moderna y que el clima sería estable y no cambiaría. También se asumió que la naturaleza se podría doblegar con la tecnología. Ya en la segunda década del siglo XXI, estos supuestos no son válidos. Los agroquímicos, la mecanización, el riego y otras operaciones se basan en combustibles fósiles cada vez más caros y más escasos. Los extremos climáticos son cada vez más frecuentes y violentos y amenazan a los monocultivos genéticamente homogéneos, que ahora cubren el 80 % de los 1500 millones de hectáreas de tierra cultivable mundial. Además, la agricultura industrial contribuye con el 25-30 % de las emisiones de gases de invernadero, alterando aún más los patrones climáticos y comprometiendo la capacidad para producir alimentos en el futuro.
Debido a su baja diversidad ecológica y homogeneidad genética, los monocultivos han demostrado ser altamente vulnerables a las infestaciones de insectos plagas y al cambio climático. Para controlar las plagas, se aplican globalmente alrededor de 2,3 billones de kg de plaguicidas al año, causando solamente en los Estados Unidos 10.000 millones de dólares en daños ambientales y en la salud pública. La aparición de 586 especies de insectos y ácaros resistentes a 325 insecticidas y aproximadamente 195 especies de malezas resistentes a 19 herbicidas, junto con brotes de plagas secundarias que ocurren por la eliminación de enemigos naturales por plaguicidas, indican que la tecnología química está llegando a sus límites.
La situación se agrava con la deforestacion provocada por el avance por grandes áreas de monocultivos transgénicos y biocombustibles, afectando a la prestación de servicios ecológicos. Tal es el caso del medio oeste de EE UU, donde la expansion de de maíz y soja para biocombustibles resultó en una menor diversidad del paisaje, disminuyendo el suministro de enemigos naturales de plagas y reduciendo los servicios de control biológico en un 24 %. Esta pérdida de servicios de control biológico le costó a los productores de soja y maíz más de 58 millones de dólares por año por pérdidas de rendimiento y mayor uso de plaguicidas.

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