Me contaba mi madre que su bisabuela Paca nunca quiso hacerse un retrato porque decía que eso era cosa del demonio. Todo en su vida estuvo referido a la religión y, cada tarde, al acabar las letanías del rosario, dedicaba un “Padre nuestro” por el alma del que inventó la luz. Y es que habría que imaginar lo que debió significar ese descubrimiento en la vida de los que siempre habían estado dependiendo de velas y candiles.

Esas anécdotas sobre las sorpresas de nuestros antepasados con los inventos en el siglo XIX nos producen risa, pero, en realidad, ahora nosotros seguimos experimentando el mismo sentimiento. ¿Podíamos imaginar los que por los años cincuenta solo teníamos la radio y los periódicos como fuentes de información, que en el siglo XXI las empresas más importantes del mundo –Google, Apple, Facebook y Amazon– serían las dedicadas a la comunicación? Ellas nos traen las noticias sobre política, ciencia y arte, nos entretienen con juegos y, además, nos venden artilugios, nos roban la cartera o, simplemente, nos engañan. El otro día, buscando información sobre el vino, me encontré un vídeo donde un “científico” demostraba, basándose en determinadas rutas metabólicas y salud humana, que tomar solo una copa de vino al día era la causa principal de casi todas nuestras enfermedades. Una muestra más de esa nueva religión que ha surgido alrededor de la naturaleza y la salud y que está constituida de doctrina, oficiantes y beatos, además de misioneros pesadísimos que se cuelan hasta la cocina de la casa.

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