La agricultura europea se enfrenta a uno de los mayores desafíos de su historia. Entre la necesidad de reducir el impacto ambiental, la competencia desleal de países con regulaciones más laxas y la creciente demanda de alimentos asequibles, la estrategia From Farm to Fork, ‘De la granja a la mesa’, promete transformar el sector hacia un modelo más sostenible. Sin embargo, esta visión choca con una realidad incómoda: la reducción del uso de fitosanitarios, la expansión de la superficie dedicada a la agricultura ecológica y la limitación de herramientas biotecnológicas como CRISPR podrían traducirse en una menor productividad, mayores costos y una dependencia aún mayor de las importaciones.  Al mismo tiempo, acuerdos comerciales como el de Mercosur abren la puerta a productos agrícolas producidos con estándares que serían inaceptables en la UE, lo que pone en jaque la competitividad del sector. ¿Es viable una agricultura europea autosuficiente sin comprometer su rentabilidad? ¿Pueden las nuevas tecnologías ser la clave para mantener el equilibrio entre sostenibilidad y producción? Este artículo analiza los retos y contradicciones de las políticas agrícolas europeas y explora las alternativas para garantizar un futuro viable para el campo europeo.

En la Europa del siglo XXI, la agricultura se encuentra en una encrucijada entre la sostenibilidad, la geopolítica y el progreso tecnológico. Por un lado, la Comisión Europea ha lanzado la estrategia From Farm to Fork, o ‘De la granja a la mesa’, una estrategia de futuro que propone para 2030 que el 25% de la superficie sea ecológica y reducir el 25% del uso de fitosanitarios, y para 2050, 50% de superficie ecológica y 50% menos de fitosanitarios. Es una hermosa oda al ecologismo que promete reducir plaguicidas, fomentar la agricultura orgánica y minimizar la huella de carbono (insisto: pretende). Por otro lado, las negociaciones con Mercosur y las políticas arancelarias nos recuerdan que la agricultura europea no existe en una burbuja, sino que compite con regiones donde las normativas ambientales y laborales son considerablemente más laxas. Y en medio de todo esto, el debate sobre CRISPR, los transgénicos y cualquier nueva tecnología genética sigue atrapado en una maraña ideológica que dificulta cualquier avance real.

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