En la Historia de España los clérigos siempre aparecen como protagonistas, pero se echa en falta un trabajo amplio y bien sistematizado en lo que respecta a su participación en la agricultura y, particularmente, en la Sanidad vegetal.

En la Edad Media y hasta el descubrimiento de la imprenta, el conocimiento de la humanidad se guardaba y extendía desde los monasterios. Desde entonces y hasta el siglo XIX la instrucción educativa descansó en los curas de las parroquias de cada pueblo, aunque su actividad no se limitó a lo estrictamente escolar, existiendo referencias historiográficas sobre su participación en la mejora agrícola de determinadas comarcas y en tareas referidas a la Sanidad vegetal, ejemplo de lo cual es el magnífico trabajo sobre la aparición de la tinta del castaño, su extensión y gravedad que, en 1726, realizó el racionero de la Iglesia de Plasencia, D. Luis Pablo Merino de Vargas. Pero en lo que respecta a la relación de los curas con la Sanidad vegetal, lo que mayormente encontramos son crónicas de apaños para afanar beneficios económicos y de capellanías por medio de ritos basados en la superstición, aunque, paradójicamente, fue el presbítero y magnífico entomólogo malagueño Salvador López y Ramos el que, en 1835, condenó las supercherías religiosas contra las plagas, proponiendo como alternativas técnicas agrícolas apropiadas según el conocimiento que se obtenía con el estudio de los insectos.

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